Mi hemisferio
derecho es el cenicero que nunca vacío,
el desguace al que
siempre regreso siete veces al mes.
Toda la mierda y la
desesperanza deben encontrar un sitio
en el que convivir
en paz.
¿Qué hacer cuando el
recuerdo acosa al llegar y mis manos se vuelven hielo?
Irse.
Vete.
Puede- o no- que el
olor a analgésicos que aun tiene mi cuerpo,
te perfore tan
fuerte que ya no quieras regresar jamás.
Puede que el blanco
te toque mientras me quedo parada mirando por una ventana,
que no está, de
barrotes negros.
Mi hemisferio
izquierdo todavía te guarda.
Iría siendo hora de modificar tu norte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario