Tenía varias partes desencajadas
que solo se aguantaban a su cuerpo
por la cola de los chinos
que hace años utilicé en su piel blanca.
Tenía las mejillas rojo amanecer,
la mirada gris perdida,
las uñas pintadas de verde militar
y las piernas delgadas.
El pelo de colores le caía como una cascada
en sus hombros huesudos
mientras un vestido de tela fina
dejaba poco a la imaginación del espectador.
Y sonreía.
No siempre, pero sonreía.
Algunos días jugaba con ella.
Cuando se rompieron sus cuerdas,
la primera vez,
le puse hilo de pescar.
Un títere sin cuerdas no tiene gracia.
Yo quería jugar conmigo misma
a crear sombras con mi silueta
de muñeca malgastada.
La pequeña me miraba con ese gris lluvia
cuando yo la maltrataba,
cuando la dejaba balanceándose
y apagaba todas las luces.
Mis dedos tétricos están cansados,
llenos de sangrantes cicatrices de peces
que saltan entre ellos
para que no los pesque.
Como duele verme tan pequeña,
como me tira, la presión del público,
al suicidio neuronal
de mis razonamientos incoherentes.
Un ruido del demonio me llega de lejos,
se ha levantado, aunque sus piernas tiemblan
y me apunta con su mano rota,
acusadora,
en el momento en el que se desprende un hilo
que me abre en canal el pecho.
Sashimi de mi nombre... bonito
ResponderEliminar¡Gracias!
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